domingo, 31 de julio de 2016



Kintsugi, el arte de reparar.

  

Cuando los japoneses reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro.

Ellos creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.

El arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi.


El resultado es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.

Kintsukuroi es el término japonés que designa al arte de reparar con laca de oro o plata, entendiendo que el objeto es más bello por haber estado roto.

Llevemos esta imagen al terreno de lo humano, al mundo del contacto con los seres que amamos y que, a veces, lastimamos o nos lastiman.

¡Cuán importante resulta el enmendar!

Cuánto, también, el entender que los vínculos lastimados y nuestro corazón maltrecho, pueden repararse con los hilos dorados del amor, y volverse más fuertes.

La idea es que cuando algo valioso se quiebra, una gran estrategia a seguir es no ocultar su fragilidad ni su imperfección, y repararlo con algo que haga las veces de oro: fortaleza, servicio, virtud...

La prueba de la imperfección y la fragilidad, pero también de la resiliencia —la capacidad de recuperarse— son dignas de llevarse en alto.

Autor: Edu Wigand

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miércoles, 20 de abril de 2016

Desastres naturales... terremotos, erupciones, inundaciones... afectaciones constantes


Tecnología de comunicaciones para situaciones de desastre natural en nuestros países


 Los terremotos registrados en los últimos meses en Chile, Japón y la semana pasada en Ecuador, con grandes pérdidas humanas y materiales, están sembrando gran inquietud en todas las naciones de nuestra América, particularmente en países Centroamericanos como Sudamericanos que tienen costa en el oceáno Pacífico. Tres características que conocemos son importantes y nos colocan en una situación de impotencia: la impredecibilidad de estos eventos, la imposibilidad de contenerlos, como el poder destructivo de los mismos. Naturalmente, bajo estas premisas nos pone a todos ciudadanos y gobiernos a reflexionar no dejando de generar temor.

lunes, 1 de febrero de 2016

El Síntoma

Hola:
Yo tengo muchos nombres: dolor de rodilla, grano, dolor de estómago, reumatismo, asma, mucosidad, gripe, dolor de espalda, ciática, cáncer, depresión, migraña, tos, gripe, dolor de garganta, insuficiencia renal, diabetes, hemorroides, y la lista sigue y sigue.
Me he ofrecido como voluntario para el peor trabajo posible: ser el portador de noticias poco gratas para ti. Tú no me comprendes, nadie me comprende. Tú piensas que quiero fastidiarte, echar a perder tus planes de vida, todos piensan que quiero entorpecerles, hacerles daño o limitarles.
Y no, eso sería un completo disparate. Yo, el síntoma, simplemente intento hablarte en un lenguaje que comprendas. Que entiendas. 
A ver, dime algo, ¿tú irías a negociar con terroristas, tocando a su puerta con una flor en la mano y una camiseta con el símbolo de “paz” impreso en la espalda? ¿No verdad?

Entonces, por qué no comprendes que yo, el síntoma, no puedo ser “sutil” y “suavecito” cuando debo darte el mensaje. Me golpeas, me odias, con todo el mundo te quejas de mí, de mi presencia en tu cuerpo, pero no te tomas ni un segundo en razonar y tratar de comprender el motivo de mi presencia en tu cuerpo.
Sólo te escucho decirme: “Cállate”, “vete”, “te odio”, “maldita la hora en que apareciste”, y mil frases que me hacen impotente para hacerte comprender. Pero yo debo mantenerme firme y constante, porque debo hacerte entender el mensaje.