lunes, 17 de abril de 2017

Escultor de la montaña


                                                                                                     Guillermo A.




Amanecía el día entre las brumas en las alturas cerca de la ciudad de Estelí, Nicaragua.

El fogón encendido, ya se había iniciado las faenas del día. Como es costumbre en el campo, el día inicia en la cocina, con la fragancia del café recién colado que inunda el patio, el comedor, y se mezcla con los olores del gallo pinto y las tortillas recién palmeadas. Danzando estos olores en el aire con el del bosque de pino cercano, evocando a la vida, la luz, y su fuerza creadora.



 Así amanecimos y arrancamos el día, agradecidos por esta gran oportunidad de estar en estas tierras. Ahora nos dirigimos a unos 2 kilómetros de distancia hacia un valle que ya ve los rayos del sol, a lo lejos como espejismos se ven algunas casas y muy al fondo la ciudad. Vamos a la Montaña de piedra esculpida. Es la montaña de El Jalacate, en el Tisey, la casa de Don Alberto Gutierrez.

Esta montaña resulta ser para Don Alberto como la Tierra Prometida, un regalo de Dios que fue anunciado en sueños cuando tenía nueve años. Soño que esculpía en piedra. Así lo recuerda pero fue hasta los once años que se dió cuenta de su talento. En los pocos años que estuvo en la escuela su maestro le ordenaba que hiciera dibujos, pero a falta de papel, lo hacía en trocitos de cartón, Así comenzó y dió rienda suelta a su creatividad hasta que un día plasmó su sueño en una pintura aunque no sabía dibujar. Dejando atónitos al maestro y sus compañeros.



“Había encontrado una roca y unos clavos que parecían cinceles artesanales en la construcción de un viejo puerto en el que trabajé y pensé que podían ser útiles para empezar”, comenta. Llego entonces a la montaña que está dentro de la propiedad de sus padres ya muertos, y se dio cuenta que ese era su lugar, que en este lugar debía cumplir su misión en este mundo, labrar en las piedras de la montaña. Así lo hizo, su primer trabajo lo realizó el 17 de Octubre de 1977, esta fecha está esculpida junto al resto de sus esculturas.




Así pasaron los años viviendo los embates de la guerra, y desastres naturales, recuerda Don Alberto y dice: “Yo me escondía aquí trabajando las piedras. Aquí pasaban los sandinistas y los miembros de la guardia de Somoza y me decían que para qué estaba haciendo eso; eran mal portados, me trataban mal. Me decían: ‘Idiay vos hijuep…’ Pero yo no me podía mover de ahí porque había encontrado mi mural y estaba haciendo esta hermosura”.



Mientras cuenta su historia caminamos por senderos decorados con sus esculturas. Lo increíble es que las temáticas que aborda van desde la historia nacional a la internacional, todo en base de escuchar noticias en su viejo radio receptor, de sueños e inspiraciones propias. Observamos imágenes que van desde las torres gemelas, elefantes de la india, boas, rostros de personajes de la Historia Nacional, una sección de autoretratos. Todos sacados del pulimento tesonero de clavos hechos cinceles y un rústico martillo.


Mientras enciende un cigarrillo y suelta una bocanada de humo, lo miro y me queda dando vueltas las palabras: ¨mi misión en esta vida¨.

Nos acercamos a su casa para despedirnos. Un rústica casa hecha de tablas, dentro de la cual hay colgada de un clavo una foto de cuando Don Alberto era más joven.

Luego le pedimos haga una oración de despedida, nos damos un abrazo y nos vamos agradeciéndole su generoso tiempo.