Guillermo A.
El fogón encendido,
ya se había iniciado las faenas del día. Como es costumbre en el
campo, el día inicia en la cocina, con la fragancia del café recién
colado que inunda el patio, el comedor, y se mezcla con los olores
del gallo pinto y las tortillas recién palmeadas. Danzando estos
olores en el aire con el del bosque de pino cercano, evocando a la
vida, la luz, y su fuerza creadora.
Así amanecimos y
arrancamos el día, agradecidos por esta gran oportunidad de estar en
estas tierras. Ahora nos dirigimos a unos 2 kilómetros de distancia
hacia un valle que ya ve los rayos del sol, a lo lejos como
espejismos se ven algunas casas y muy al fondo la ciudad. Vamos a la
Montaña de piedra esculpida. Es la montaña de El Jalacate, en el
Tisey, la casa de Don Alberto Gutierrez.
Esta montaña
resulta ser para Don Alberto como la Tierra Prometida, un regalo de
Dios que fue anunciado en sueños cuando tenía nueve años. Soño
que esculpía en piedra. Así lo recuerda pero fue hasta los once
años que se dió cuenta de su talento. En los pocos años que estuvo
en la escuela su maestro le ordenaba que hiciera dibujos, pero a
falta de papel, lo hacía en trocitos de cartón, Así comenzó y dió
rienda suelta a su creatividad hasta que un día plasmó su sueño
en una pintura aunque no sabía dibujar. Dejando atónitos al maestro
y sus compañeros.
“Había encontrado
una roca y unos clavos que parecían cinceles artesanales en la
construcción de un viejo puerto en el que trabajé y pensé que
podían ser útiles para empezar”, comenta. Llego entonces a la
montaña que está dentro de la propiedad de sus padres ya muertos,
y se dio cuenta que ese era su lugar, que en este lugar debía
cumplir su misión en este mundo, labrar en las piedras de la
montaña. Así lo hizo, su primer trabajo lo realizó el 17 de
Octubre de 1977, esta fecha está esculpida junto al resto de sus
esculturas.
Así pasaron los
años viviendo los embates de la guerra, y desastres naturales,
recuerda Don Alberto y dice: “Yo me escondía aquí trabajando las
piedras. Aquí pasaban los sandinistas y los miembros de la guardia
de Somoza y me decían que para qué estaba haciendo eso; eran mal
portados, me trataban mal. Me decían: ‘Idiay vos hijuep…’ Pero
yo no me podía mover de ahí porque había encontrado mi mural y
estaba haciendo esta hermosura”.
Mientras cuenta su
historia caminamos por senderos decorados con sus esculturas. Lo
increíble es que las temáticas que aborda van desde la historia
nacional a la internacional, todo en base de escuchar noticias en su
viejo radio receptor, de sueños e inspiraciones propias. Observamos
imágenes que van desde las torres gemelas, elefantes de la india,
boas, rostros de personajes de la Historia Nacional, una sección de
autoretratos. Todos sacados del pulimento tesonero de clavos hechos
cinceles y un rústico martillo.
Mientras enciende un
cigarrillo y suelta una bocanada de humo, lo miro y me queda dando
vueltas las palabras: ¨mi misión en esta vida¨.
Nos acercamos a su
casa para despedirnos. Un rústica casa hecha de tablas, dentro de la
cual hay colgada de un clavo una foto de cuando Don Alberto era más
joven.
Luego le pedimos haga una
oración de despedida, nos damos un abrazo y nos vamos agradeciéndole
su generoso tiempo.
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